r e s e ñ a s
UN MUSEO MATERIALISTA
DE LA SEXUALIDAD OCCIDENTAL
Historia ilustrada de la moral sexual
(3 tomos)
Eduard
Fuchs
Madrid: Alianza Editorial, 1996.
Por Carlos Sánchez Lozano
En 1933, funcionarios del Tercer Reich, siguiendo órdenes expresas del Führer Adolf Hitler, incluyeron en el Index Prohibitorum un libro considerado best- seller para la época: Historia ilustrada de la moral sexual desde la Edad Media hasta el presente. El libro desde su publicación en 1909 había atravesado una complicada historia repleta de escándalos, persecuciones, censuras, bloqueos de venta. Pero también de éxitos: la primera tirada de veinte mil ejemplares se vendió en tres meses y luego las reediciones serían constantes hasta el punto de que en 1930 era, según estadísticas, el libro más consultado en la Biblioteca Imperial de Berlín. Muchos de los lectores lo leían buscando un manual de técnicas sexuales, otros por satisfacer el placer voyeur de contemplar la extraordinaria colección de caricaturas y pinturas alusivas al tema erótico y muchos por mera novelería. Poco interés suscitó en los medios científicos y académicos, que lo descartaron como libro pornográfico.
Su autor era Eduard Fuchs (1886-1940), un periodista y anticuario socialdemócrata cercano a Franz Mehring -el Lenin alemán-, cofundador con Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht del SPD (Partido Socialista Alemán). Fuchs resultaba un personaje interesantísimo, pues provenía de una familia proletaria que lo formó para impresor, no había tenido formación universitaria, había participado en los círculos anarquistas de Munich, poseía una desordenada y vasta cultura, era conocido en los círculos burgueses alemanes como el coleccionista de arte más consultado antes de la Primera Guerra Mundial y el principal poseedor de las caricaturas de Honoré Daumier (considerado padre de la caricatura política moderna). Además, era millonario.
Las múltiples reimpresiones del libro enriquecieron a Fuchs, lo que fastidiaba a los pulcros dirigentes comunistas ortodoxos, que preferían no contar entre su corte intelectual con tan exótico huésped. Sólo en los años treinta un marxista hegeliano, seguidor de las teorías psicoanalíticas, Max Horkheimer, repararía en Fuchs e invitaría a otro marxista "atípico", Walter Benjamin, a escribir un ensayo sobre el famoso coleccionista. Benjamin escribió para la Revista de Investigación Social, en 1937, un trabajo titulado "Historia y coleccionismo: Eduard Fuchs", que contextualizaba -y de paso reivindicaba- la labor del historiador y crítico de arte.
No parecía el marxismo la corriente más adecuada para reflexionar sobre la sexualidad. Condicionado en su versión leninista a estudiar la sociedad en sus aspectos más lúgubres -la explotación del proletario por el burgués, la teoría de la plusvalía, el antagonismo de clases sociales, la revolución comunista-, la moral-y sobre todo la moral sexual-, al lado del derecho, del arte y de la ciencia, sólo constituía una parte de la "superestructura" que reflejaba las condiciones de la "estructura", es decir, las relaciones de producción en un período determinado. Si las relaciones económicas eran de explotación capitalista, el arte y la moral justificaban esas relaciones injustas. La cartilla parecía fácil de recitar. Pero la realidad era más compleja y menos mecánica, y al dudar de la lección los marxistas heterodoxos resultaron tildados de reaccionarios o idealistas. Dos de ellos fueron Walter Benjamin y Eduard Fuchs.
Al comienzo de su ensayo señalaba Benjamin: "Fuchs es sobre todo un pionero: el fundador del único archivo existente para la historia de la caricatura, del arte erótico y del cuadro de costumbres". Si recordamos que Benjamin trabajaba en un proyecto relativamente similar sobre el París de finales del siglo XIX, hallaremos las afinidades electivas que unen a los dos marxistas desarraigados. Fuchs intentaba por primera vez darle una interpretación materialista a la historia del arte erótico desde finales de la Alta Edad Media. ¿Pero cómo hacerlo sin caer en el evolucionismo histórico que caracterizaba a la crítica de la cultura -piénsese en Francesco de Sanctis en Italia, en el neokantiano Dilthey en Alemania, en Sainte-Beuve en Francia, en Menéndez y Pelayo en España-? Según ellos, la historia del arte era un continuum hacia adelante, es decir, destino histórico y perfeccionismo nacional. Fuchs prefería pensar en procesos históricos fusionados, en que partes del antes persistían en el después y, sobre todo, en las relaciones de producción materiales que subyacían al desarrollo de la cultura. Parecía fácil pensarlo, pero difícil de llevarlo a la práctica.
Vicisitudes del método comparativo
La sexualidad contemplada desde el punto de vista histórico invita a la deserción investigativa. La lista de documentos, temas, relaciones, hipótesis, parece inagotable, y más en el caso de estudiar cinco siglos de historia europea. Fuchs enfrentó el reto de la siguiente forma. Dividió su trabajo en tres grandes períodos históricos: Renacimiento (finales del siglo XIV hasta 1700), Época galante (período del Absolutismo 1700-1789), Época burguesa (Revolución francesa, 1789-Primera Guerra Mundial, 1914). Luego elaboró ejes temáticos para los tres períodos. Algunos de ellos son: el ideal de belleza físico, el vestuario, la ideología del erotismo, la seducción, los bailes, el matrimonio, el machismo, el aborto, el adulterio, la prostitución, el lenguaje erótico. Antes de cada período presenta un marco histórico y en el último volumen incluye un magnífico, aunque breve, capítulo sobre "La sexualidad vista desde el periodismo, la publicidad y la fotografía".
Cada época, en efecto, determina ideológicamente qué es moral en la sexualidad y qué controvierte o altera esa moralidad. Así, durante el Renacimiento, el primer período de expansión del capitalismo, del culto a la libertad individual y comercial, de la apertura a todos los saberes, el amor sexual llegó a ser abiertamente volcánico: el hombre deseaba fecundar y la mujer ser fecundada. La hiperactividad sexual era considerada como normal y base de las relaciones entre hombres y mujeres. Una frase de Lutero invitaba a la permanente actividad sexual entre los casados: "A la semana dos veces, como tributo a la esposa, no te perjudica ni a ti ni a mí; hazlo, en el año, ciento cuatro veces" (cit. en t. 1, p. 181). En literatura, Boccaccio y Rabelais también insistieron en "sentarse a la mesa del amor" permanentemente.
El ideal de belleza física, tanto masculino como femenino, debía contribuir a ello: en las mujeres los pechos grandes y rebosantes (por los cuales Rembrandt y Rubens muestran fascinación en sus retratos de mujeres), las caderas anchas, la cintura rellena y los muslos vigorosos; en los hombres el pecho ancho, la presencia hercúlea, los hombros grandes y los genitales sobresalientes. Los atributos tenían como objeto quedar bien provisto para las faenas del amor. La intención del vestuario, entonces, no era ocultar, sino mostrar. Comenta Fuchs: "Esta época no conoció ni la mojigatería ni la timidez" (t. 1, p. 140). En efecto era bien visto que el novio delante de todos presionara el corsé de su novia y besara y chupara los senos, como si lo hiciera en las mejillas. Igualmente el sentimentalismo cortesano quedó avasallado y los poemas y las trovas fueron francamente directos en el tratamiento de asuntos eróticos. Ante versos medievales como:
Tú eres mío, yo soy tuya,
eso no debes dudarlo.
En mi corazón tú estás encerrado,
la llavecita se ha perdido,
dentro de mí has quedado para siempre
(t. 1, p. 172),
el Renacimiento responde:
Si la muchacha tiene hambre por encima de la rodilla,
no hay que dejarla mucho tiempo en capilla,
y darle un joven amigo
que tenga un pico bien erguido
dos palmas por debajo de su ombligo
(t. 1, p. 182).
Erotismo y nihilismo
En constraste, durante el Antiguo Régimen (1700-1789), en la ideología sexual triunfa la voluptuosidad, una idea "desanimalizada" del amor y el placer por la sugerencia, esto es, el amor galante. Si el Renacimiento cantó el placer loco de los sentidos, la época galante buscará resaltar el placer sensual refinado. El ideal físico del hombre ya no es Hércules, sino Adonis: "Nunca como antes los hombres se habían parecido tanto a las mujeres" (t. 2, p. 125). En las mujeres ya no es llamativa la robustez, sino la delgadez y la palidez intensa. Ya no se hacen loas a los senos, sino a los pies pequeños y particularmente a las piernas, llamadas "columnas que sostienen el templo del amor, deliciosas ataduras de la dicha" (t. 2, p. 131).
El vestido no muestra; insinúa. Aparecen las medias, las enaguas, el liguero y las botas hasta la rodilla, que funcionan como afrodisiacos visuales. El pecho se oculta hasta la mitad y se airea con el abanico que simula una mano masculina. Toma fuerza en la moda femenina el horroroso miriñaque que agranda las caderas y convierte la tarea del desnudo en una verdadera odisea. Pero sobre todo el amor se superficializa. Más importantes que el encuentro sexual urgente y permanente son los anticipos: mientras ella realiza su toilette matutina, él conversa sobre amor. Es como si ya se entreviera la sensualidad enferma del marqués de Sade. La nobleza impulsa dos corrientes eróticas: el libertinaje cínico, corruptor e inteligente -representado por Casanova y Valmont, personaje de Las amistades peligrosas (1782) de Choderlos de Laclos- y el escepticismo sentimental romántico de Werther. La sensación aristócrata refleja un hondo vacío: el amor no permite construir nada, el alma humana es corrupta y propensa a los placeres sensuales, y lo mejor es disfrutar de todo lo exótico en el sexo. Adviene el nihilismo.
El mejor amante no es el marido, y el adulterio tolerado es muestra de bon ton entre las clases nobles. No pertenecer a nadie, no tener compromisos, divertirse, engañar, corromper, constituye el ideal erótico. Recuerda Fuchs:
Una cierta Mme. de Morin dice a su joven hijo: "Sólo un consejo tengo que darte: enamórate de todas las mujeres". Con ocasión de la entrada en sociedad de su hijo, un lord inglés le escribe el siguiente consejo: "De día estudia a los hombres, de noche a las mujeres. Siempre, empero, a los mejores ejemplares. ¡Sean éstas tus lecturas!"
(t. 2, p. 204).
Lo único que persiste del Renacimiento en la época barroca es la perenne dominación y explotación de la mujer por parte del hombre. Refranes campesinos expresan desprecio e insisten en considerar a la mujer como un ser intelectualmente inferior, destinado a satisfacer sexualmente a los hombres y permanecer en el hogar al cuidado de los hijos:
Con el advenimiento de la Revolución Francesa y el comienzo del período burgués reaparecen algunas costumbres renacentistas y de la época galante, otras se funden creando algo nuevo y otras desaparecen. El nuevo evangelio de la ideología erótica burguesa es La nueva Eloísa (1761) de Rousseau, en que se proclama la idealización del amor, liberado de los apetitos vulgares que se agotaban en el placer sensual, síntomas propios del Antiguo Régimen. Debía amarse el espíritu y el alma, no el cuerpo. Además se comienza a exaltar la rigurosa castidad pre y postmatrimonial. El matrimonio es ascendido a ideal ascético del Estado.
Los vestidos no deben mostrar ni sugerir y sólo con el advenimiento de la modernidad empieza la batalla femenina por subir las faldas y bajar los escotes, al tiempo que aparecen los brasieres y ya en el último cuarto del siglo XX la eclosión de la maravillosa minifalda, los shorts, las blusas sin mangas, los sensuales bodys y tops, los pantys estrechos.
El flirt, en que todo está permitido, "menos eso", se destaca en todas las músicas. El erotismo es enunciado en los bailes (el can-cán, la rumba, el zapateo), pero nunca deberá terminar en orgía, como en el período renacentista. Desaparecen los baños públicos -famosos lugares de retozo durante los siglos XV y XVI- y el taller de costura propio de la época galante donde tantas niñas resultaron embarazadas. Los sustitutos en la época burguesa son la taberna, el hipódromo, el coctel, la fiesta juvenil. La esposa deberá adquirir matices de puta, para evitar que el marido acuda al burdel, y mantener el lecho conyugal ardiente para evitar la caída del matrimonio. Además deberá utilizar métodos anticonceptivos y negar el aborto como posibilidad ante un embarazo indeseado.
La época burguesa es el período de las grandes hipocresías y de sus consecuentes desertores y críticos. Es la época en que todo se vende y todo se compra, cuando lo importante es mostrarse, ser conocido y anunciarse, al modo del hombre que puso en 1771 el siguiente clasificado en un periódico londinense:
Busco dama entre 18 y 35 años, de buena educación y una fortuna no inferior a 5.000 libras; aire y miembros sanos, descalza, 5 pies, 4 pulgadas de altura; que no sea gorda, pero tampoco flaca, aliento dulce y dientes sanos, que no tenga aire orgulloso o afectado, que no sea muy habladora ni quisquillosa, pero con carácter suficiente para vengar una ofensa, caritativa, no demasiado amante de la moda, si bien en todo caso decente y atildada (t. 2, p. 263).
Reencuentro de lo imposible
En ocasiones Fuchs naufraga ante la cantidad de materiales, sus hipótesis parten de un leninismo ramplón y, en algunos capítulos -como el dedicado a los clérigos renacentistas: "Bebe cual franciscano, come cual bernardino, putea como carmelita, hiede cual capuchino y tiene el pito como un jesuita" (t. 1, p. 303)-, aparece demasiado parcializado. En otros casos abusa del chisme, dándole carácter de verosimilitud, y de las generalizaciones históricas, cuestionadas con razón por Georges Duby en Historia de la vida privada (1988). El apodictismo sentencioso de Fuchs, particularmente visible en el volumen 3 sobre el período burgués, hace gala de un moralismo de izquierda chocarrero, agobiante. Llamativo también es su prejuicio contra los homosexuales y la idea errónea de que la sífilis provino de América. Pero éstos son lunares frente al vasto trabajo, repleto de sugerencias para los nuevos investigadores. Ejemplificante resulta su modo de trabajar la historia de las costumbres a partir de fuentes secundarias: ilustraciones, cuadros, material fotográfico, avisos publicitarios, además de recurrir a fuentes impresas permanentemente descuidadas: diarios, sátiras, piezas carnavalescas, canciones populares, romanzas, composiciones profanas, hojas volantes, periódicos, etc.
El moralismo frente a la sexualidad nunca ha tenido partido, siempre ha sido conservador y autodefensivo, y en sus raíces se hallan, sin duda alguna, huellas de prejuicios ideológicos, miedos ancestrales, culto a la hipocresía, ánimo de destruir al diferente. Tan moralistas y mojigatos pueden ser los comunistas seguidores de Marx como los falangistas devotos de Franco: la intolerancia frente a los temas sexuales -por ejemplo ante el aborto y la prostitución-, el desprecio al homosexual y a la lesbiana, la censura a la educación sexual libre, el ataque a la poligamia, están en la base moral de los dos grupos. El temor a los desórdenes del sexo los une y querrían encontrar una unidad idílica en el matrimonio heterosexual que impidiera el surgimiento de los bajos instintos o la anarquía de los sentidos. Entre la posibilidad y el sueño cierran una brecha: juntos forman iglesias, son párrocos, no han puesto su yo a distancia, no quieren cambiar de opinión, incluso contra toda opinión colectiva, porque tienen miedo a verse distintos.
Fuchs en esta obra extraordinaria ofrece una lección única de cómo
autosuperarse, cómo superar el tiempo en que se vive, cómo superar el futuro. El
tabú de la sexualidad, visto a través del prisma materialista de la historia,
adquiere sentido y significación como búsqueda permanente de una utopía que
desborde y cuestione aquello que constituye represión y autoconservación de lo
tradicional y sacré, esto es, interrogarnos sobre cómo aprender a ser libres, a
pesar de nosotros mismos.
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